«Si silban el himno yo me voy», y así lo hizo…

La libertad de expresión en un campo de fútbol parece cruzar límites insospechados cuando se mezclan la política y el fútbol. En España siempre se mira con el rabillo del ojo lo que ocurre más allá de los Pirineos. En Francia, es inimaginable —o quizás simplemente se siente de otra manera— que miles de aficionados silben y abucheen “La Marsellesa”, el himno oficial francés. Sin embargo, ahora con la ansiada independencia de Cataluña por parte de algunos políticos y aficionados, un estadio de fútbol y una final de la Copa del Rey servirá para apoyar la causa por parte de los seguidores del procés como se lleva haciendo durante las últimas ediciones donde el Barcelona siempre ha estado presente.

Como ejemplo en el país vecino, no está de más echar la vista atrás y situarse en la final de Copa de Francia de 2002 entre FC Lorient y SC Bastia, un equipo de Córcega, un territorio que siempre ha ansiado separarse de Francia.

11 de mayo de 2002; Lorient y Bastia se enfrentaban en la final de la Copa de Francia en Saint-Denis. Jacques Chirac, Jefe de Estado galo, presente en las tribunas de aquel enorme estadio. La Marsellesa comienza a sonar. Los aficionados corsos, que suelen ser recordados por la animadversión a todo lo relacionado con Francia, arrancan a silbar nada más iniciarse el himno; los hinchas del Lorient aplauden. En ese mismo instante, Jacques Chirac abandona la tribuna presidencial.

Chirac, estupefacto e indignado, comenta al presidente de la Federación Francesa, Claude Simonet: “Si silban, yo me voy”. Así fue: escaleras arriba, el presidente de la República se alejó de las gradas y se dirigió al interior del estadio. En aquel momento, Claude Simonet, solo en la tribuna presidencial, pide perdón a la República Francesa: “La FFF se excusa ante la República Francesa tras haber silbado La Marsellesa. Vamos a intentar jugar el partido en un clima de tranquilidad”.

Tras aquel instante, los jugadores saltaron al campo, pero Chirac paró el saque inicial. El presidente quería hablar a la televisión ante todos los franceses. Tenía un rostro frío, de no dar crédito a lo ocurrido. Chirac miró a la cámara y dijo: “Es inadmisible e inaceptable. No toleraré que se desprecien los valores esenciales de la República y a los que los ofenden”. Tras del comentario del presidente, el partido se reanudó, si bien lo hizo con 20 minutos de retraso y sin que Jacques Chirac saludara a los jugadores y se saltase el protocolo. Aquel encuentro lo ganaría el Lorient por 1-0 con gol de Darcheville.

La semana antes de la final de Copa de Francia, Jacques Chirac había sido elegido en las elecciones francesas, en contra de la extrema derecha. Chirac había prometido la unidad de la República, la cohesión de la nación, y el respeto de la autoridad del Estado durante su legislatura. Y así lo hizo.

El partido que enfrentó a Francia frente a Argelia el 6 de octubre de 2001 fue el inicio de la revolución. En aquel partido, Chirac se negó a asistir, y Lionel Jospin, Primer Ministro, fue el encargado de escuchar los silbidos argelinos y hacer frente, impasible, a la invasión del campo por los aficionados africanos. La polémica estaba servida. Años más tarde, con las visitas de países del Maghreb (Marruecos y Túnez) los pitos se volvieron a oír; Nicolas Sarközy no actuaría de igual manera que Chirac.

Sin embargo, después del partido contra Túnez de aquel 14 de octubre de 2008, la ministra de Deportes Roselyne Bachelot, tras una reunión con Nicolas Sarközy y Jean-Pierre Escalettes, presidente de la FFF, dictaminó: “Todo partido donde nuestro himno nacional sea pitado será inmediatamente parado. Los miembros del gobierno abandonarán inmediatamente el recinto deportivo donde el himno nacional sea pitado”.

No obstante, el artículo 433-5-1 del código penal, basado en el artículo 2 de la Constitución francesa, afirma que “el hecho, durante una manifestación organizada por autoridades públicas, de ultrajar públicamente el himno nacional está castigado con 7.500 euros de multa y hasta seis meses de prisión”.

Aún así, lo ocurrido entre dos países pudo haber sido un mero un choque cultural; los silbidos en la final de copa fueron causados por el nulo sentimiento galo que tienen los aficionados corsos. François Nicolaï, presidente del Bastia, pidió disculpas; sin embargo, el pueblo corso lo vería como algo normal ya que, según ellos, el estado francés no trata de igual manera a los habitantes de Córcega.