Rennes 0 – 2 Guingamp: Déjà vu

Las finales no se juegan, se ganan. Sí, es un tópico, pero ayuda a explicar algunas cosas que pasan sobre el césped en estos partidos tan especiales. El Guingamp debió salir con la frase grabada a fuego en sus mentes, y los primeros quince minutos se vio en el Stade de France a dos equipos que parecían vivir realidades completamente distintas. Los de Gouvernnec tuvieron una marcha más, algo que pocas veces se ve dada la importancia de estos choques.
Pero el Rennes no quería forzar de inicio, y como suele ser habitual cuando se enfrentan dos conjuntos con tanta diferencia de intensidad, el que sale más relajado lo paga. Y las gracias tuvo que darle Montanier a Costil en el descanso, porque de no ser por el guardameta el resultado a la media parte podría haber sido irremontable. Con la presión arriba y buscando las bandas empezó a hacer daño el Guingamp, y a los 5 minutos llegó el primer aviso de Sankharé, que ganó la espalda de la defensa al segundo palo para volear un centro de Beauvue. Empezaban a aparecer los fantasmas de la final de 2009, disputada por los mismos protagonistas y en la que el Rennes se vio superado por su humilde vecino.
No quedó en una acción aislada. Los siguientes diez minutos fueron una pesadilla para los de Montanier, que no sabía por donde les llegaba el peligro y eran incapaces de mantener la posesión. Como si las fuerzas superiores del fútbol tuviesen en cuenta lo que cada contendiente estaba aportando, todos los balones rechazados iban al poder del Guingamp. Mandanne, Kerbat y Beauvue tuvieron ocasiones para abrir el marcador, todas ellas con cabezazos a balón parado ante la pasividad de la defensa.
Pasado el empujón inicial el partido se fue igualando, pero pese a que tras el minuto 15 la presión sobre la portería de Costil decayó, el portero tuvo que intervenir en un par de ocasiones aisladas para evitar el gol. En la otra punta del campo Samassa vivía tranquilo, ya que el Rennes llegaba con poca convicción. Pasada la media hora llegó el primer golpe. Costil no logró despejar bien tras un barullo en el área, y Martins Pereira la rompió poniéndola en la escuadra.
El gol acabó de calmar los ánimos de los de Gouvernnec, pero ni así el Rennes logró crear excesivo peligro. Tan sólo un centro desviado un defensor puso en problemas al guardameta, que tuvo que rectificar para mandar a córner. Con la ventaja mínima se marcharon ambos equipos a los vestuarios.
La cara de Montanier en el banquillo justo antes de empezar la segunda mitad dejaba clara su preocupación. Pero fuese lo que fuese que el técnico les dijo a sus hombres, quedó en nada cuando en el primer minuto de la reanudación Yatabaré hacía el segundo. Balón perdido en la construcción, centro desde la banda izquierda y remate picado del delantero del Guingamp, cogiendo a Costil a contrapié. Locura de los 19.000 aficionados del Guingamp -una ciudad de 7.000 habitantes- que ya veían más cerca el sueño.
Al Rennes, pese a tener aún toda la segunda mitad por delante, le entraron las prisas. El partido se rompió y el 0-2 dio paso a unos minutos de locura, en los que los de Montannier ponían el corazón y los de Gouvernnec la cabeza. Atacando sin orden ni demasiado sentido lo único que conseguía el Rennes era regalar contragolpes al rival, que perdió dos claras ocasiones de sentenciar en la botar de Yatabaré.
Con el paso de los minutos la lógica se impuso y el Guingamp dios un paso atrás, regalando el control absoluto del esférico. De nada sirvió. El cuero es un arma inefectiva en poder de un equipo sin idea. Una y otra vez los de Montanier chocaban con un muro blanco, y sólo a balón parado lograron crear peligro. Kana-Biyik tuvo la más clara, aprovechando un lío dentro del área, pero Samassa la sacó cuando ya se cantaba gol. Pese a que cada vez el esférico estaba más cerca de la portería del Guingamp, el Rennes no tenía ocasiones claras para meterse en un partido del que estuvo fuera desde el primer minuto.
La desesperación se fue plasmando en su juego, que acabó convirtiéndose en un continuo de balones colgados al área sin orden ni concierto. El Guingamp sólo tuvo que esperar, dejando que el inexorable paso de los minutos acabase de mellar el ánimo rival. Una última intervención de Samassa en el descuento a disparo lejado de Oliveira dio paso a la merecida euforia. La de verse, cinco años después, otra vez campeones de la Copa de Francia. Un lustro en el que han pasado por National, para hoy volverse a sentir un equipo de primer nivel.